La naturaleza no sabe de hombres gordos

. 07 septiembre 2010
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Este texto es un ejercicio de crítica hacia la ciencia económica y su forma de ser desarrollada o, cuanto menos, estudiada en las universidades. La crítica es caricaturesca, con las consecuentes injusticias, pero su intención es constructiva, lo juro, y los puntos en que incide me parecen acertados. Vaya un mundo raro. Que la disfruten!


La Naturaleza no Sabe de Hombres Gordos

"La obesidad es un mal endémico que, cada día con más fuerza, ataca a nuestro mundo provocando dolor, injusticia y, en no pocos casos, la muerte. Es uno de esos males que sin ninguna duda, como seres humanos, tenemos que afrontar y que esperamos que, en el futuro, se trate tan sólo de una mancha en el pasado de nuestra especie.

Sin embargo, seguimos engordando a los niños pequeños, haciendo rentables los mcDonalds, y en general promoviendo la sociedad del «engordismo» que hemos creado. ¿Cómo es esto?


Verán, que al ser humano le gusta comer no es algo que nos pille de nuevas. Y que las cosas que más nos gustan comer engordan, tampoco. Dulces, azúcar, pastelerías, chocolate. No obstante, y por fortuna, la naturaleza humana está diseñada bastante bien y... ¡resulta que también la vida sana tiene sus recompensas! Es más, son tantas las pegas de una dieta irresponsable que, en el fondo, comer mal, en el largo plazo, ¡carece de sentido!

Así, es probable que un niño gordo, que ha estado comiendo de más, (quizás por voluntad propia, quizás porque la información nutritiva que ha recibido haya sido insuficiente, aunque éste es otro tema) un día se mirará en el espejo, y se verá gordo. Sabe que eso tiene unas consecuencias: gusta menos a las chicas, su agilidad se ve resentida, y aumenta la pereza de su vida en general. Esto es, será consciente del coste que tiene su modo de vida, en términos tanto sociales, como personales, como de salud. Así, el coste de comer mal será infinitamente superior a sus beneficios, que son, tan sólo, un momento de placer, y tal coste aumentará además cada día que pase. El mecanismo es intuitivo y sencillo, y también, cómo no, natural. El niño irá dejando de comer, conociendo sus preferencias, hasta llegar al estado de forma físico que, acorde al sacrificio que prentenda realizar, prefiera. ¿No es perfecto?

Un niño, en libertad, crecerá sano por su propia naturaleza. Pero existen niños gordos. Toca preguntarle al autor: ¿Cómo puede ser así?

Ahora voy al supermercado y, ¿qué veo? No veo niños decidiendo cambiar su vida a tiempo. Veo madres. Madres que, al comprar, compran lo que ellas creen que es mejor para sus hijos. Por tanto, su carrito se llena de galletas (algo que les encanta desayunar a mis hijos), pastas, harinas, fritos y aceite. Y chocolate, claro. ¿Cómo iba a dejar a mis hijos sin chocolate? Eso sería monstruoso. Intentando hacer lo mejor para sus hijos, su intervención resulta, de entrada, cuestionable, aunque desde luego no es en su ejecución en lo que fallan, sino su concepto: Ellas creen que sus hijos quieren galletas, y compran galletas.

Así, los niños se encuentran ante una despensa/nevera que les abocará sin remedio a la gordura como única opción, y entonces pasan a aceptar tal cosa y se dedican a reducir el placer de sus vidas a su relación con las galletas.

Madre cero, niño cero, y todos salen perdiendo.


Es curioso. Es esta nefasta intervención materna la que, con toda su buena intención, aumenta el coste de llevar una vida sana convirtiéndolo en infranqueable y es esta misma intervención la que condena al niño en su distorsión de la realidad, que no sería otra que la deseable. Pero las madres insisten en que su papel es vital en la forma física de sus hijos. ¿Acaso no se pasa de evidenciable?

No digo que las madres no ejerzan un papel importante en el bienestar de sus hijos. Es cierto que cualquier niño necesita un impulso para comer verduras, fruta, y probar cosas nuevas, y cualquier nutricionista de nuestros tiempos, incluso aquellos que llaman defensores del «naturalismo salvaje», lo argumenta así sin pudores. Sólo expongo que, quizás, el hecho de querer hacer crecer sanos a nuestros hijos no esté en nuestras manos. Que nuestras ganas de intervenir por ellos creyendo que sabemos lo que es mejor para los mismos no hacen sino coaccionar en sus vidas en contra de su libertad con resultados, además, catastróficos.

La naturaleza está diseñada con un mecanismo infinitamente superior a la chapucera capacidad humana. ¿Por qué tenerle miedo? ¿Por qué no podemos aceptar, simplemente, sus resultados positivos y dejarle llevar a la humanidad a un mundo donde todas las personas sean, a un tiempo, más seguras, más sanas y, por qué no decirlo, más atractivas?"

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